La penumbra de Soledad

Sole es una muchacha sonriente, amable, voluntariosa, que ama pasearse los viernes al tumbarse el sol.

Es toda una mujer en cuanto a su anatomía se refiere: voluptuosa, llena de curvas y recovecos que cautivan la mirada ajena.

Sole no entiende el porqué de las miradas indiscretas cuando va por la calle. No comprende su poder de atracción y repulsión. Se ha dicho a sí misma, hasta el punto de una total convicción, que sólo y expresamente, la miran por aquello de observar la tentación entrelazada al miedo y al pudor.

De pequeña, jugaba libre sin estar sujeta a condicionantes; sin ser presa de prejuicios y detonantes.

¡Ay! ¡Quién pudiese devolverle aquella sensación tan natural de ser ella misma y llenar todo el espacio sin temor a ser enjaulada, encasillada!

Fueron tiempos de libertad, de juego pleno y satisfactorio, de calidez y bienvenida. Hoy sólo queda una punta hiriente de rechazo y un sabor amargo a melancolía.

Recuerda cuando sus amigos la invitaban a perderse entre horas de diversión, compasión y silencios. Extraña aquellos rincones en los que solía perderse, expanderse y ensimismarse ante el otro. Añora poder estar, sin más, tumbada, recostada o incluso acaparada por el calor del otro.

Extraña la sensación natural de ser llamada por su nombre. Sin diminutivos ni calificativos. Extraña ser SOLEDAD.

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