top of page

PARÁLISIS DE UN SUEÑO CONSCIENTE

  • Foto del escritor: EL SEGUNDO RENGLÓN
    EL SEGUNDO RENGLÓN
  • 18 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

ree
Parálisis de un sueño consciente

Eran las 3:02 de la mañana y Erick no conseguía pegar ojo. Sus párpados estaban fijados en sentido opuesto al cierre. Su mente estaba tan abierta al horizonte, que ni el mismo deslumbramiento del sol podría haberla cegado un instante. Aquel apuesto hombre, se había encontrado cara a cara con un fantasma.


¡Sí, un fantasma! O al menos eso era lo que Erick creía observar en aquel ser inerte, frío y congelado en una fracción de segundo dentro de la profundidad de su retina.


Se sentía como el perro que corretea detrás de su cola, girando sin sentido en un bucle sin final. Su intuición gritaba a oídos sordos, palabras necias que no quería escuchar, oír ni acallar.


Se había definido así mismo tantas veces, en tantas situaciones, éxitos y fracasos. Había constituido un sentido de lo terrenal tan propio, tan suyo que, al observar un fantasma, la única hipótesis posible era la pérdida de aquella cabeza tan bien asentada, tan bien cultivada.


El salto de trampolín emocional no era lo suyo, tal y como no lo era el observar aquel ser que, sin duda alguna, alteraba sus sentidos, su percepción de aquel mundo que tanto palpó como propio.


En aquel instante, precioso momento, Erick tuvo dudas. Por primera vez en su vida, cuestionó su comportamiento, su endereza y sus acciones. Puso en duda la cordura y la percepción de aquel prisma que había caracterizado su interpretación de la realidad.

Su cuerpo, invadido por una emoción desconocida, bullía frío, carecía de vida, emanaba vacío.


¿Cuántas veces no había visto, hablado o escuchado aquello que llamaban algunos, parálisis del sueño?

Y allí se hallaba él, suspendido y consciente de que aquello no era una fase más de su profundo sueño. Inmóvil con la certeza de que su conciencia emanaba un estado emocional jamás vivido, jamás soñado.


Necesito más de un instante, más de un momento, tan siquiera conocía si había noción del tiempo en aquella situación bizarra. Finalmente apaciguó las aguas de su mente, redujo la alarma consciente y focalizó su atención en aquel ente. Centró su percepción sensorial en aquel cuerpo. Jerarquizó sus procesos cognitivos enfocados sólo y únicamente en la resolución de aquel acertijo.


“¿Quién era aquella persona, ser o cosa? ¿Qué quería de mí? ¿Qué buscaba yo al observarle? Y… ¿Por qué había aparecido justo ahora?”

Erick experimentó una ola de ansiedad con el zumbar de las preguntas. Su nivel de alerta retomó el movimiento corroído, tal y como la agitación en su respiración y el cabalgar de su corazón, que se desbocaron. Conocía a la perfección cada una de las respuestas. Conocía cada una de las facciones de aquel fantasma.

De repente, hubo luz en aquella oscuridad y lo que observó con mayor claridad, perturbó su clarividencia y desparalizó su cuerpo. Crujió sus dedos con movimientos espasmódicos, simuló un grito mudo con el baile lento que ejercieron sus labios, mas no consiguió activar el cierre de la exclusa que constituía su mirada. Sus párpados se hallaban petrificados ante la visión de aquella circunstancia.


Y en ese instante, el fantasma, que había permanecido inmóvil todo ese momento, realizó la hazaña de emitir sonidos, evocó palabras y despertó oídos.


Sus palabras susurradas llegaron a Erick, como los vientos fríos que anuncian el cambio de estación. Y con los vientos, llegó la lluvia. Lluvia infinita que no cesó ni un segundo de caer sobre aquella figura, sobre aquel ser. Trazando una silueta húmeda, definida gota a gota, como la influencia externa de opiniones ajenas que llueven sobre el autoconcepto. Pues fue la lluvia quien dibujó los límites del cuerpo fantasmagórico. Pues fue la lluvia quien definió las fronteras entre lo propio y lo ajeno.


Erick observó anonadado, la piel de aquel ser. Una piel tatuada a tinta y aguja de juicios, creencias y dogmas foráneos. Y en la traslucidez de ese cuerpo, encontró que más allá de la piel grabada, se hallaba un cúmulo de pensamientos, opiniones, principios y moral, enclaustrados en la prisión del silencio.


Asombrado, aterrorizado y semiconsciente, Erick experimentó el dolor del engaño. Padeció la agonía del despertar lejano, pues hacía mucho tiempo que transitaba en los campos somníferos de Morfeo.


Punzada tras punzada, sintió la apertura de las heridas, sin hilo y sin aguja que pudiera resarcir aquellos boquetes abiertos en su mente. Ya nada podría borrar la imagen de aquel fantasma inerte, frío y congelado. Ya nadie podría eliminar el archivo recibido, procesado y almacenado que contenía la imagen más perturbadora que había observado en su larga vida: el autorretrato de aquel que acalla para vivir según lo dictado.


Entradas recientes

Ver todo

Comments


Contacto

© 2018 por Johnathan Soto Amaya. El segundo renglón. Psicología.

  • Black Facebook Icon
  • Black Twitter Icon
  • Black Instagram Icon
  • Black YouTube Icon
  • Black Google+ Icon

JOHNATHAN SOTO AMAYA

Psicólogo colegiado

CV14884

​​

Tel: 0034633155707​

Correo electrónico: elsegundorenglon@gmail.com

¡Gracias por tu interés!

bottom of page